Te espero, en el lugar donde los sueños pueden dejar de serlo.
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jueves, 7 de junio de 2018

El origen del mal.



PRELUDIO.

La muerte está cerca. ¿La sientes? Está de camino y parece que ya llega. Puedo sentirla, puedo olerla. La bestia ha despertado de su sigiloso letargo.

Aquella sombra que hablaba en susurros mientras salía de un hondo agujero cavado en la húmeda tierra, dirigiéndose hacia la impenetrable oscuridad de la noche, escuchaba atenta, como si realmente estuviera prestando atención a la llegada de la parca. Como si realmente pudiera sentirla.
Se agachó en el suelo frente a una enorme caja que contempló durante segundos, cerciorándose de que todo estaba en orden en su interior. Tomó las manos de la joven y las cruzó sobre su pecho, con sumo cuidado, como si el cuerpo ya estuviera muerto.
Cerró sus párpados, cuyos ojos segundos antes aparecían desorbitados en sus cuencas y continuó con su tétrica función, depositando la caja en el hoyo, una vez cerrada a martillazos. Mientras que con una pala tiraba arena encima de la tierra recién cavada, seguía hablando en aquella voz fría de pesadilla, carente de emociones, plagada de locura.

Shhhh, ya llega. Pronto habrá culminado todo. Tendrías que verte, pareces una bella princesa, la princesa de la muerte. Tú la bella, y yo la bestia.







SOMBRAS EN LA NOCHE

Era de noche, pero no solo en el anochecer residía lo oscuro, pues la oscuridad también se alojaba en cualquier resquicio posible de allanar. Se encontraba en cada sombrío rincón, en cada etéreo sonido, en cada tétrico silencio, envolviéndolos en su manto de infinita opacidad.
También habitaba en las almas que descansaban eternamente en aquel siniestro lugar. Un lugar donde, a veces, el silencio de la muerte inundaba todo lo demás.
El paisaje nocturno que se cernía sobre el emplazamiento, no era demasiado alentador. La luz de la luna era inexistente y las estrellas parecían haber desaparecido en la inmensidad de su hogar, o tal vez quedaban cubiertas por la densa niebla que paseaba por el mundo aquella noche.
La oscuridad era tan lóbrega como las entrañas de un bosque en penumbra, tan sombría como una lucha sin luna y tan negra como el aura de un demonio. Tan tangible era, y tan opaca.
Aquel hombre llamado Fausto, conocido también como “El guardián de los muertos”, atraído irremediablemente por una resonancia inverosímil, abrió la puerta de la cabaña donde vivía desde hacía más de veinte años, con aquella expresión singular dibujada sobre su rostro extrañado, cuyas cejas aparecían arqueadas y prestando atención a cualquier sonido que le resultase desconocido.
El viento azotaba con la fuerza de un látigo allá donde osaba llegar y la música que producía en su incesante movimiento era casi ensordecedora; su brisa se colaba por cualquier resquicio que pudiera hallar, provocando aquel molesto chirrido. Soplaba en todas direcciones colándose también entre las ramas de los árboles, meciéndolas en aquel extraño e hipnótico baile. Las hojas caídas eran arrastradas por la brisa, la gran verja negra de la entrada se balanceaba, vibrante, y las flores depositadas sobre las tumbas oscilaban, frenéticas, al ritmo del viento huracanado.
Hacía demasiado frío y, a sabiendas de que había algo que le inquietaba, volvió sus pasos atrás como si nada le hubiera interrumpido. Pero de pronto lo oyó de nuevo y, temeroso, se acercó al cristal empañado por el frío. Era imposible ver nada, así que, con su propio hálito, deshizo el vaho ayudándose con la mano, intentando otear a través de aquel hueco recién creado, contemplando el oscuro paisaje que le rodeaba, escrutando a su alrededor y sabiendo que algo estaba fuera de lugar, algo que no encajaba en el esquema. Había algo extraño e inquietante flotando en el ambiente.
Abrió el ventanal, lo suficiente para asomar la cabeza y agudizó el oído, atento, adentrándose en los sonidos de la noche.
La música producida por aquellos elementos parecía un augurio, un mal presagio. Siguió prestando atención entre aquella tétrica melodía inarmónica, en aquella postura inmóvil, con la cabeza ladeada como si así pudiera escuchar mejor. Sabía que algo estaba mal pero desconocía de qué se trataba.
Era como escuchar una canción y sentir que una de sus notas se había infiltrado entre el resto, pues no formaba parte de la partitura. O como si un músico tocase su canción y una de sus notas estuviera desafinada. Eso era precisamente lo que él buscaba: aquella hilarante nota infiltrada en aquella melodía siniestra. Pero seguía sin encontrarla, sin poder aislarla del resto. Tal vez, debería esperar a que se produjera de nuevo. Así que desistió en su búsqueda infructuosa, cerró con fuerza el ventanal luchando contra la potencia del viento y dirigió sus pasos hacia el sillón donde momentos antes de su interrupción, se encontraba leyendo un grueso libro. Fue dejándose llevar por las palabras, sucumbiendo poco a poco ante la inminente llegada de Morfeo.
Pero, cuando menos lo esperaba, sintió un sonido muy cerca de él, tan cercano que parecía provenir de la misma estancia. Se sentía inquieto, observado. El grueso libro que descansaba abierto entre sus manos, se cerró con un golpe seco ante sus narices y sin ningún movimiento por su parte. Soltó el libro como si éste estuviera quemando y cayó al suelo con un fuerte golpe. Debido al impacto, se había levantado bruscamente, como si estuviera a punto de huir de allí. Pero no iba a hacerlo, aquel era su hogar, su territorio.
El fuego de la chimenea parpadeó, varias chispas brotaron de la leña en el aire, como si alguien hubiera soplado sobre las llamas, hasta que sin previo aviso se extinguió, dejándolo sumido en la más densa oscuridad. Era como si algo o alguien no tuviera intención de dejarle dormir. Como si intentase mantenerle despierto, alerta. Incluso su gato parecía estar nervioso ante algo que sentía gracias a sus sentidos desarrollados.
«Algo no anda bien», se repetía una y otra vez en su fuero interno.
Y, como si fuera una confirmación a su pensamiento, segundos después, el farol que pendía de la puerta de su cabaña, se apagó, dejándole más si cabe en medio de las tinieblas. A tientas, buscó el candelabro que tenía para aquellas ocasiones, se atavió con una gruesa chaqueta y se dispuso a salir, en compañía del felino y de una valentía inesperada.
De pronto, se encontró en el umbral de la puerta sin saber muy bien qué hacer o hacia dónde dirigir sus pasos. Anduvo en silencio y sigiloso, como si él mismo también fuera un felino, oteando todo lo que podía y agudizando sus sentidos al máximo. La densa niebla y el sonido del aire, le impedían realizar su objetivo, pero siguió andando en busca del misterio, a la caza de la nota no escrita.
Algo le azotó interiormente de pronto. La sensación de que alguien le estaba observando en la distancia, como observa y espera, paciente, el depredador a su próxima presa.
Las luces de los faroles que alumbraban el camposanto, parpadeaban de manera intermitente. Aquel panorama no le gustaba en absoluto. Hacía que su cuerpo padeciera escalofríos ante la tétrica visión que contemplaba.
Presintió que había algo tras de sí y se volteó con el pavor dominando su cuerpo. Pero no había nada, al menos nada que él pudiera ver. Siguió vagando sin rumbo fijo de un lugar a otro, como si fuera una perdida hoja de otoño que deambula mecida y dejándose transportar por el cambiante viento.
Un nuevo sonido arrastrado por la brisa llegó hasta sus oídos, era una especie de grito o de rugido que no parecía ser producido por un ser humano. Asustado, petrificado por el terror que inundó su cuerpo al escuchar semejante lamento gutural, quedó paralizado en el lugar sin saber si huir de allí, gritar o acudir al lugar de dónde provenía.
Un fuerte golpe en la cabeza seguido de la oscuridad le impidió decidir nada más.

Unos agónicos minutos después, abrió los ojos poco a poco, sintiéndose entumecido por el golpe. Aquel sonido infernal había cesado.
Sintió una gélida brisa recorriendo su cuerpo, humedeciéndolo en aquel anormal frío. Un frío glaciar que no sólo se encontraba helando cada parte de su cuerpo, sino que también estaba instalado en lo más hondo de él.
Un nuevo escalofrío le recorrió enteramente haciendo que su piel quedase erizada. Un muy leve sonido resultó perceptible para sus oídos: nuevamente aquella chirriante nota inhumana que parecía provenir del inframundo.
Aún en tensión, contempló la verja de entrada, a sabiendas de que estaba cerrada a cal y canto. No había nada. Miró hacia el lugar de donde creyó que provenía aquel inarmónico murmullo pero algo apareció de pronto en el campo de su visión y quedó helado, incrédulo y aterrado ante la aparición que sus ojos estaban contemplando: entre las tumbas parecía escapar el atisbo de una sombra, suave, etérea como un suspiro. Como si alguien quisiera abandonar el camposanto y se dispusiera a continuar con su camino.
Otro sonido se hizo eco en la noche, sumándose a aquella melodía desencadena: era el palpitar de un corazón desbocado ante el desconcierto y el miedo a lo desconocido. 


lunes, 4 de junio de 2018

El sonido de su risa II

¡Buenas tardes, soñadores! Quién haya leído la anterior entrada sabrá que deseo publicar algo muy especial para mí: parte de un proyecto que está siendo valorado. Hoy os dejo con la segunda parte de "El sonido de su risa" y pronto publicaré lo prometido. ¡Espero que os guste! Y esperaré conocer vuestras opiniones. ¡Nos leemos!





Qué diferente se ve todo cuando te encuentras al otro lado. Es todo tan irracional e inexistente como el movimiento del tiempo, que parece pausarse a veces.
Había salido un día precioso, el sol despuntaba desde lo alto y la sutil brisa del aire resultaba agradable mientras el sol bañaba mi piel.
Cerré los ojos y mi mente viajaba hacia ella reviviendo escenas donde los protagonistas eran: el calor de su sonrisa, la calidez del sol en su mirada y el sonido de su maravillosa risa que se convirtió en la partitura más bonita de mi vida.
Intentaba pensar en otras cosas, pero su imagen hacía intromisión en mi cabeza, destronando todo lo demás. Porque todos los caminos que osaba tomar, desembocaban en ella. 
Jamás en toda mi existencia había sentido aquella cálida sensación cada vez que la contemplaba.
Quería abrazarla, quería fundirme en su aroma, quería escuchar mi nombre modulado por sus labios. Pero entonces maldecía la vida, al igual que condenaba aquella fatídica noche, la última noche de mi vida humana. Daría lo imposible por echar el tiempo atrás y no morir aquella noche. Pero quizá ese era mi destino, la forma en que mi camino convergía inevitablemente en ella.
Estaba cometiendo la peor y más prohibida de las estupideces que alguien de mi naturaleza puede cometer, pues había una gran diferencia entre nosotros dos y, por mucho que yo la amara, con el paso del tiempo, no podría cambiar ese aspecto: su corazón latía, el mío hacía tiempo que dejó de hacerlo.
Aun siendo consciente de la gravedad de dicho inconveniente, llegué a la conclusión de que jamás había sentido nada así que despertase mi curiosidad y me avivara, como tampoco nada parecido, pues ella fue la única persona que, aun estando muerto, fue capaz de hacerme sentir vivo, de hacerme renacer.
¿Por qué no luchar? ¿Por qué no traspasar los límites y rozar con ella lo prohibido?
Mis días se convirtieron en una batalla interna, en una encrucijada mental de la que no podía salir ni encontrar ninguna puerta. El tiempo corría en mi contra y seguía atado al mismo laberinto, encadenado a él como si me amarrase una invisible aunque poderosa e irrompible cadena.
Entonces un impulso nació en mi interior, embistiéndome como un impetuoso huracán y haciendo tambalear mi ser rompiendo aquella cadena que me anudaba, al igual que destrozó todos mis esquemas. Una fuerza sobrenatural y superior respondió por mí: ¡lucha!
Y entonces decidí luchar por aquel ángel sin alas que me revivía en cada instante en que le miraba.

O lo que es igual, no puedo cumplir mi promesa, porque involuntariamente vuelvo a lugar donde se encuentra ella.
Todo se ve desde arriba: el mar en calma, el sol que brilla sobre su blanca piel en el paisaje de un atardecer. Esa joven andando con sus pies descalzos por la blanca arena. Ahora está tumbada con los ojos cerrados, sus más secretos sueños se esconden en el negro de sus párpados.
El paisaje es bello, está formado por el despejado cielo, el sol, las olas y ella. Parece llamarme su nombre que escrito está en la arena.
Nos imagino bajo el cielo infinito; su voz, la música en mis oídos; su aroma, mi narcótico más dulce y prohibido.
Por ello no puedo marcharme como si nunca hubiera existido.
Estoy aquí. Y he llegado para quedarme —le susurré al oído mientras, después, quedé perdido contemplando el mejor de los paisajes que jamás había conocido: ella.


viernes, 1 de junio de 2018

Estar de vuelta.

¡Buenos días, mundo!
Antes que nada pido disculpas por mi ausencia. No me gusta empezar un proyecto como un blog y tenerlo "abandonado"
Para quién no lo sepa, tengo una trilogía de la cuál los dos primeros libros ya están publicados con la editorial Círculo Rojo. Estoy terminando el tercer y último libro de la trilogía, y me lleva de cabeza. Además de eso, he empezado un nuevo proyecto que nada tiene que ver con estos libros. Su título provisional es: El origen del mal. Si hubiera suerte, es el primero de una serie. Mi idea es que cada tomo represente un caso diferente de temática policíaca, crimen y un toque paranormal. Aunque el género nada tiene que ver con la otra historia, mi estilo y prosa están ahí, son mi sello de identidad y eso es imposible de quitar. Ahora mismo está en manos de editoriales como Maeva y Grijalbo y será también valorado por Espasa. De ahí mi inversión de tiempo en terminarlo, ya que solo tienen los primeros capítulos y de interesarles debo enviarlo terminado. Pronto os mostraré la sinopsis y el prefacio y esperaré vuestras opiniones como lectores para saber si os gusta.

Por otro lado he creado una nueva página, la veréis arriba donde pone: tienda online. Si alguien quiere colaborar con esta autora novel e intento de escritora, tendrá descuento en los libros, sobre todo aquellos que sean seguidores del blog. Y por hoy, creo que eso es todo! En nada me tenéis por vuestros blogs leyéndoos. ¡Nos leemos!